Confucio dijo
una vez: "¿Me preguntas porque compro arroz y flores? Compro arroz para vivir
y flores para tener algo por lo que vivir".
Y es que así
ha sido siempre y así será, nuestra eterna relación con el mundo de las plantas
y la abrumadora cantidad de beneficios que nos aportan con tan solo un poco de
cuidado, cariño y respeto. El reino vegetal ha estado siempre unido a la
historia del hombre y de la humanidad. Ellas marcaron el primer paso hacia la
civilización cuando los primitivos hombres del pasado evolucionaron de ser
seres nómadas a sedentarios, estableciéndose en un lugar y cultivando arroz y
trigo. El primer paso para establecer una civilización se dio cogido de la mano
de estos seres.
A lo largo de
nuestra época las plantas han cumplido numerosos papeles fundamentales en la
vida cotidiana del hombre. Hoy en día, a cada momento, inconscientemente siguen
proporcionándonos vida segundo a segundo. Ellas son las que purifican y limpian
el aire cargado de nuestras ciudades, son fuente de alimento inagotable que
solo precisa de paciencia y dedicación para perdurar incluso hasta que nosotros
hayamos desaparecido, y no solo eso, nuestro estudio de la farmacia moderna y
los medicamentos que nos proporcionan están basados en ellas, las plantas.
Nos curan en
nuestras más críticas horas de dolor y padecimiento, condimentan nuestros
platos y nuestra vida con sus sabores y fragancias. Adornan nuestras ciudades y
casas con sus colores. Nos aportan seguridad y consuelo sacrificándose para
darnos la madera con la que construimos nuestras casas y muebles. Alegran
nuestras almas cuando admiramos los paisajes que se forman entre sus solemnes
verdores y resplandecientes flores. Son un remanso de paz para nuestro
espíritu, nos dan la sombra tranquila en el verano, nos cobijan entre ellas a
resguardo del viento y el frío.
Y es que
todos estos regalos casi divinos, todos estos dones que nos otorga el reino
vegetal los conoce cada persona que habita en nuestra escuela.
Desde que por primera vez se pisa el albero
amarillento de la entrada, se siente la abrumadora presencia las plantas, que
curiosas nos observan esperando requerir nuestra atención. Allí cada persona es
consciente de todos los conocimientos y valores que se pueden adquirir de las
plantas. En esa escuela, se inculca el respeto, la dedicación, el cariño y la
sabiduría para comprender y cuidar a las plantas. En esa escuela, no solo se
forma un trabajador más, ni un técnico más, allí se forja un verdadero amante
del reino vegetal, allí no solo es el conocimiento lo inculcado, sino la
pasión, la atención, la curiosidad por conocer y valorar.
Y es que cada
día que entro en ese lugar, veo las caras de mis compañeros, todos son
diferentes y propios, distintos sueños y aspiraciones, distintas maneras de ver
la vida, distintas edades en sus rostros pero todos tienen algo en común: ese
brillo en los ojos cuando descubren una especie que les fascina o cuando
admiran la más sutil belleza de cualquier flor. Esa pasión por criar y
conservar a todas las plantas que allí habitan cuando una vez a la semana,
todos repartidos en distintas cuadrillas comandadas por un profesor, trabajan
en el jardín con determinación.
En ese
marcado día todo es jolgorio y movimiento, las risas, las voces de trabajo, las
preguntas continuas hacia los profesores, ese sonido de las herramientas al
moverse, empujadas por la mano que bendice y cuida. Las expresiones de las
caras iluminadas por el sol de la mañana, sublimes de felicidad por la
dedicación y satisfacción del trabajo.
Desde el
primer día, cuando llega un nuevo pupilo, se fascina del sentimiento de
camaradería de la gente que allí habita y enseguida se sumerge en ese mundo del
que ya nunca podrá escapar. Allí cada uno posee sus intereses pero nadie duda
en ayudar al compañero.
Y todos estos
sentimientos parten de un solo lugar; los profesores.
Personas
curtidas y experimentadas en el ámbito de las plantas, inculcan con paciencia y
dedicación cada uno de sus conocimientos a sus alumnos. No hay un solo instante
en que cualquier profesor no esté dispuesto a ayudarte. Es muy común en nuestra
escuela esperar a que pase un profesor y abordarle con preguntas acerca de
cualquier planta. Allí veo como ellos, día tras día, con esfuerzo, y aun
padeciendo, continúan enseñándonos, cuidándonos y educándonos. Aunque la
situación es adversa, ellos mantienen su actitud positiva hacia nosotros,
confortándonos y animándonos a luchar por nuestra escuela y lo que ella
representa.
Y es que en
ese bendito lugar de Sevilla, te encuentras como en familia. Viejos alumnos
todavía hoy visitan el jardín con una sonrisa de oreja a oreja. No podemos
permitir que todo esto muera a causa de algo tan necio como el dinero y la
avaricia humana. Debemos pelear hasta el último momento, con ideas, con gritos,
con esfuerzo para mantener lo que para nosotros es una segunda casa y para
brindar a quien quisiese, la oportunidad de entrar en ella.
Manuel Caballero
Ramos
Alumno de la
Escuela de Jardinería "Joaquín Romero
Murube"
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