miércoles, 12 de marzo de 2014

POR NUESTRO ALUMNO

Confucio dijo una vez: "¿Me preguntas porque compro arroz y flores? Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir".

Y es que así ha sido siempre y así será, nuestra eterna relación con el mundo de las plantas y la abrumadora cantidad de beneficios que nos aportan con tan solo un poco de cuidado, cariño y respeto. El reino vegetal ha estado siempre unido a la historia del hombre y de la humanidad. Ellas marcaron el primer paso hacia la civilización cuando los primitivos hombres del pasado evolucionaron de ser seres nómadas a sedentarios, estableciéndose en un lugar y cultivando arroz y trigo. El primer paso para establecer una civilización se dio cogido de la mano de estos seres.
A lo largo de nuestra época las plantas han cumplido numerosos papeles fundamentales en la vida cotidiana del hombre. Hoy en día, a cada momento, inconscientemente siguen proporcionándonos vida segundo a segundo. Ellas son las que purifican y limpian el aire cargado de nuestras ciudades, son fuente de alimento inagotable que solo precisa de paciencia y dedicación para perdurar incluso hasta que nosotros hayamos desaparecido, y no solo eso, nuestro estudio de la farmacia moderna y los medicamentos que nos proporcionan están basados en ellas, las plantas.
Nos curan en nuestras más críticas horas de dolor y padecimiento, condimentan nuestros platos y nuestra vida con sus sabores y fragancias. Adornan nuestras ciudades y casas con sus colores. Nos aportan seguridad y consuelo sacrificándose para darnos la madera con la que construimos nuestras casas y muebles. Alegran nuestras almas cuando admiramos los paisajes que se forman entre sus solemnes verdores y resplandecientes flores. Son un remanso de paz para nuestro espíritu, nos dan la sombra tranquila en el verano, nos cobijan entre ellas a resguardo del viento y el frío.
Y es que todos estos regalos casi divinos, todos estos dones que nos otorga el reino vegetal los conoce cada persona que habita en nuestra escuela.
Desde que por primera vez se pisa el albero amarillento de la entrada, se siente la abrumadora presencia las plantas, que curiosas nos observan esperando requerir nuestra atención. Allí cada persona es consciente de todos los conocimientos y valores que se pueden adquirir de las plantas. En esa escuela, se inculca el respeto, la dedicación, el cariño y la sabiduría para comprender y cuidar a las plantas. En esa escuela, no solo se forma un trabajador más, ni un técnico más, allí se forja un verdadero amante del reino vegetal, allí no solo es el conocimiento lo inculcado, sino la pasión, la atención, la curiosidad por conocer y valorar.
Y es que cada día que entro en ese lugar, veo las caras de mis compañeros, todos son diferentes y propios, distintos sueños y aspiraciones, distintas maneras de ver la vida, distintas edades en sus rostros pero todos tienen algo en común: ese brillo en los ojos cuando descubren una especie que les fascina o cuando admiran la más sutil belleza de cualquier flor. Esa pasión por criar y conservar a todas las plantas que allí habitan cuando una vez a la semana, todos repartidos en distintas cuadrillas comandadas por un profesor, trabajan en el jardín con determinación.
En ese marcado día todo es jolgorio y movimiento, las risas, las voces de trabajo, las preguntas continuas hacia los profesores, ese sonido de las herramientas al moverse, empujadas por la mano que bendice y cuida. Las expresiones de las caras iluminadas por el sol de la mañana, sublimes de felicidad por la dedicación y satisfacción del trabajo.
Desde el primer día, cuando llega un nuevo pupilo, se fascina del sentimiento de camaradería de la gente que allí habita y enseguida se sumerge en ese mundo del que ya nunca podrá escapar. Allí cada uno posee sus intereses pero nadie duda en ayudar al compañero.
Y todos estos sentimientos parten de un solo lugar; los profesores.
Personas curtidas y experimentadas en el ámbito de las plantas, inculcan con paciencia y dedicación cada uno de sus conocimientos a sus alumnos. No hay un solo instante en que cualquier profesor no esté dispuesto a ayudarte. Es muy común en nuestra escuela esperar a que pase un profesor y abordarle con preguntas acerca de cualquier planta. Allí veo como ellos, día tras día, con esfuerzo, y aun padeciendo, continúan enseñándonos, cuidándonos y educándonos. Aunque la situación es adversa, ellos mantienen su actitud positiva hacia nosotros, confortándonos y animándonos a luchar por nuestra escuela y lo que ella representa.
Y es que en ese bendito lugar de Sevilla, te encuentras como en familia. Viejos alumnos todavía hoy visitan el jardín con una sonrisa de oreja a oreja. No podemos permitir que todo esto muera a causa de algo tan necio como el dinero y la avaricia humana. Debemos pelear hasta el último momento, con ideas, con gritos, con esfuerzo para mantener lo que para nosotros es una segunda casa y para brindar a quien quisiese, la oportunidad de entrar en ella.

Manuel Caballero Ramos
Alumno de la Escuela de Jardinería "Joaquín Romero Murube"

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